Tres preguntas a Bruno Emmer y Facundo Morando de RDR arquitectos

Bruno Emmer (Buenos Aires, 1973) es arquitecto egresado de la Facultad de Arquitectura Diseño y Urbanismo de la Universidad de Buenos Aires (1998). En 1998 se incorporó a la oficina Richter Dahl Rocha en Lausanne, Suiza, como arquitecto. En 2005, de regreso a la Argentina, fundó RDR arquitectos junto a Jacques Richter, Ignacio Dahl Rocha y Bárbara Moyano Gacitúa, con quienes desarrollan proyectos locales e internacionales. Asimismo, ha llevado a cabo diversas actividades en el ámbito académico y fue distinguido con el premio SCA-CPAU a mejor obra construida en el extranjero y con el Premio nacional SCA-CICOP a la mejor intervención en patrimonio edificado.

Facundo Morando (Buenos Aires, 1982) obtuvo su diploma de arquitecto en la Facultad de Arquitectura Diseño y Urbanismo de la Universidad de Buenos Aires en 2007, con una mención al mejor proyecto nacional. Colaboró con diversas oficinas y, antes de incorporarse a RDR arquitectos en 2009, participó de varios concursos de arquitectura de manera independiente. En 2010 fue nombrado Director de RDR y, desde 2012, es Asociado. Asimismo, fue asistente de cátedra de Ignacio Dahl Rocha y Bruno Emmer en la Universidad Torcuato Di Tella.

 

RDR arquitectos es una oficina suizo-argentina dedicada a la arquitectura, el diseño y el urbanismo. El estudio define su práctica a través de la asociación de creatividad y profesionalismo, y lleva adelante todas las fases del proyecto arquitectónico, desde los análisis iniciales hasta el desarrollo final de la obra.

¿En qué momento decidieron ser arquitectos?

 

Bruno Emmer: Ya en la infancia disfruté lugares de buena calidad arquitectónica, que derivaban del interés de mi abuelo ingeniero por la arquitectura y de la inventiva de mi padre arquitecto. Decidí dedicarme a la arquitectura trabajando en el estudio de mi tío, mientras estudiaba otra cosa. Fue mi tío el que me hizo percibir la riqueza del trabajo del arquitecto.

 

Facundo Morando: Estaba en tercer año del colegio. En ese momento decidí que quería estudiar arquitectura. Con la decisión tomada empecé a evaluar qué pertinencia podía tener cada materia en mi carrera. Si no había ninguna relación, perdía el foco completamente y me ponía a dibujar en unos cuadernos que todavía guardo como recuerdo.

 

¿Qué libro (u otro soporte: disco/revista/ensayo) los acompañó y acompaña a lo largo del tiempo?

 

BE: Me interesa mucho la relación que establecía David Bowie entre obra y contexto. Su capacidad de cambio, de permanente actualización, asumiendo siempre el desafío de producir una síntesis personal y cuidadosa de aquello que lo atravesaba.

 

FM: Tengo muy presente las Conversaciones con estudiantes de Kahn, además de otros textos suyos. En la carrera me sentí muy identificado con las inquietudes que planteaba, sobre todo con la imposibilidad de materializar lo que soñamos o imaginamos. Fueron textos introductorios que me orientaron hacia preguntas como, por ejemplo, qué es lo que quiere ser el edificio.

 

¿Hacia dónde debería dirigirse siempre la arquitectura?

 

BE: La arquitectura tiene una gran capacidad de condicionar nuestra existencia. Influye en nuestras acciones y sensaciones. Nos alberga, propicia el encuentro. Considero que la arquitectura es servicio que involucra innumerables acciones, modifica la realidad y establece condiciones de uso por tiempos prolongados. Tenemos una gran responsabilidad a la hora de definir un proyecto. Cuanto, en sentido amplio, la arquitectura optimiza su performance, integrando todos los aspectos que la atraviesan, se vuelve más interesante. La disciplina tiene un gran desafío: aportar positivamente en la cualificación del ecosistema vital que son las ciudades para la humanidad.

FM: Creo que ante todo a resolver los problemas de la gente. Simplificar y ejercer mejor la disciplina. Si en el proceso logramos que los usuarios se emocionen, creo que ahí estaremos ante una buena arquitectura. Es necesario comunicar bien, escuchar verdaderamente a los clientes y actuar siguiendo sus deseos. Debemos poder traducir sus necesidades integrando nuestras investigaciones, nuestra experiencia y forzando nuestras capacidades para descubrir en ese proceso algo específico que pueda responder al problema planteado. Nuestro proyecto para la Estancia Morro Chico es para mí un trabajo que transitó ese camino. Escuchar y traducir. No solo al cliente. También al sitio, al constructor, y a todos los que participaron en el proyecto. No existe un croquis que anticipe el resultado de proyecto final, porque se trató de un proceso largo que fue tomando forma de a poco y se dejó descubrir al final.

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