18ª Exposición Internacional de Arquitectura de la Bienal de Venecia

La curadora ghanesa-escocesa Lesley Lokko, académica de arquitectura, educadora y autora de éxitos de librería, concibió esta edición de la Bienal como un “Laboratorio del futuro”. Lo que podría sonar como una invitación a soñar con el porvenir, se convirtió en una letanía: la avalancha de problemas ambientales, políticos y sociales que se han ido desarrollando en los últimos años afectaron profundamente a las comunidades arquitectónicas de todo el mundo, creando lo que parecía un coro de desesperación colectiva. ¿Cuáles son los principios creativos y de diseño que necesitamos reinventar para responder a las múltiples crisis ecológicas y sociales que enfrentamos hoy?

La 18ª Exposición Internacional de Arquitectura de la Bienal de Venecia no trata sobre arquitectura. La Bienal de este año se parece poco a una exposición de logros recientes en la arquitectura mundial y es más un lugar de preocupación sobre el estado actual de las cosas. Las últimas y recientes bienales, trienales, y exposiciones no representan lo que la arquitectura está edificando, sino más bien una preocupación constante por cuáles son los temas que deberían atravesar el proyecto previo a su aparición material. 

Bajo el lema “El laboratorio del futuro”, y con actitud defensora y gran entusiasmo, Lokko se propuso dar espacio a quienes están subrepresentados: los africanos y los miembros de la diáspora africana en particular. El espectáculo busca alejarse de los cánones occidentales y se centra en la extracción de recursos y la expropiación de la riqueza ajena. Presentado en un discurso organizado (su voz) pero disperso por las corderías del Arsenale con complejidad (el espacio), la curadora afirma que una exposición de arquitectura es a la vez un momento y un proceso. Toma prestada su estructura y formato de las exposiciones de arte, pero difiere de estas en aspectos críticos que a menudo pasan desapercibidos. Aparte del deseo de contar una historia, las cuestiones de producción, recursos y representación son fundamentales, y sin embargo rara vez se reconocen o debaten. Desde el principio, estaba claro que el gesto esencial de esta edición sería el “cambio”.

La exposición principal en el Arsenale y el Giardini se organiza alrededor de cuatro temáticas: Alimentación, agricultura y cambio climático; Género y geografía; Mnemotécnico; e Invitados del futuro. La arquitectura es concebida aquí en su sentido más amplio: estudios urbanos, sustentabilidad ambiental, arte y diseño. Y presenta estrategias de adaptación a la emergencia ambiental y el colonialismo.

En el salón principal que recibe el ingreso no hay más que una pantalla gigante: la voz estentórea de un artista con los ojos vendados recita un poema. El tono es conmovedor y desolador, vaticina un compendio de obras y artistas que denuncian años de permanecer en las sombras. A continuación, me abruma la abundancia de esculturas, tejidos, vestimentas y materiales tipo elementos primarios: tierra, arena, piedras. Como traídos para mostrar lo que hay en territorios que no conocemos (quiénes viven, cómo trabajan, qué bailan, etc.), pero antes de que se materialicen en espacios habitables o adquieran la forma de lo urbano.

De manera significativa, la bienal busca el punto óptimo entre la investigación y el activismo. En algunos de los momentos más persuasivos, se mueve hacia una pluralidad de formatos: charlas, videos, canciones, deportes y rituales. Por medio de estas formas se recorre el trabajo de ochenta y nueve participantes, organizado en secciones difíciles de distinguir entre sí. La densa cantidad de trabajo puede leerse como una elección decolonial y una estrategia curatorial, permitiendo así un relato multivalente de la historia de la arquitectura y las prácticas contemporáneas de África.

Para trasplantar efectivamente los modos de investigación antropológica, esta solidaridad ha significado cada vez mayores representaciones de muchas regiones, pero aquí la transición era en formatos vivos, en gran medida de artistas ya validados (que exponen habitualmente en museos del hemisferio norte que ya se han preocupado por legitimar prácticas alternativas). Entonces, ¿a quiénes se está visibilizando, y a qué audiencia le están hablando? 

Por otro lado, su presencia se evidencia en los retratos colocados junto a las fichas informativas y epígrafes que acompañan sus obras, lo que aporta una dimensión humana al contenido. En conjunto, todo constituía un grito de letargo para hacer visible lo invisible, un llamado a la conciencia subjetiva de los seres, no así a la práctica colectiva de los grupos, las asociaciones, ni tampoco de las y los arquitectos. 

Como resultado de la dificultad de lectura de los temas como secciones que agrupan algunos trabajos, las obras individuales se mezclan entre sí y los temas parecen atravesarlas a todas por igual. Los trabajos más llamativos de “El laboratorio del futuro” abordan directamente cuestiones urgentes: la lucha por la tierra, la raza y la injusticia de la vivienda, y también el futurismo ecológico. 

Al mismo tiempo, destacan muchas cuestiones fascinantes: desde la investigación de los campos de detención de Xinjiang, un impactante documental sobre los campos de internación de uigures realizado por la arquitecta británica Alison Killing; hasta una instalación dirigida por Andrés Jaque, en la que la Oficina de Innovación Política cuestiona los materiales reflectantes en la actualidad, que a menudo resultan de un proceso destructivo de extracción. Convergen una performance sobre el patriarcado y la resistencia, un mapa de raza y género, un proyecto sobre la repatriación digital de arte robado de un archivo de “desconocidos”. Alojados juntos, separados a veces por delicadas cortinas que dejan pasar la luz
y el sonido, sugieren nuevas resonancias entre lenguas y geografías. Se reúnen voces y experiencias dispares, si no en armonía, al menos en conversación.

Obras menos racionales y más intuitivas, ofrecen comentarios poéticos sobre el futuro de los materiales. Tal como “Debris of History, Matters of Memory”, una pared ondulada de ladrillos, hecha de escombros de minería y vidrio veneciano realizada en colaboración con la arquitecta brasileña Gloria Cabral y la teórica Cécile Fromont, de gran escala y esbelta que cuelga en el medio del espacio.

La noción de patrimonio se utiliza a menudo como herramienta para excluir, desplazar y pasar por alto lugares y asentamientos. Sin embargo, en esta Bienal resurgen historias ocultas a escala intercontinental gracias a proyectos como “Origins” de Sudáfrica, “The Nebelivka Hypothesis” de Ucrania y “An Architectural Botany / Trees, Vines, Palms and Other Architectural Monuments” de Brasil, una investigación liderada por Paulo Tavares sobre el archivo del botánico americano William Balée y su trabajo con la comunidad Ka’apor del amazonia. Así lo ilustra un panel repleto de diapositivas con fotos de árboles, plantas y paisajes botánicos que revelan que un lugar esencialmente natural o salvaje, tal como lo definen los marcos epistémicos hegemónicos de la modernidad colonial, es en realidad un artefacto cultural y socialmente producido.

La curadora Lesley Lokko utiliza explícitamente el término “practicantes” para describir a los participantes de la exposición, deconstruyendo la autoría del entorno construido lejos de la figura del arquitecto. Esto invita a la inclusión de trabajos que exploran nuevas formas de practicar y a que al mismo tiempo haya ejemplos de formas más tradicionales de expresión arquitectónica. Este último enfoque de diseño, lo representa por ejemplo, el ganador del premio Pritzker, Francis Kéré, a través de recintos a escala de habitación. Keré es reconocido como un arquitecto que hace edificios con bajas emisiones de carbono y sensibles a nivel local, y su influencia debe sentirse mucho más allá de África Occidental. 

Con la incorporación de Nigeria por primera vez, la exposición reunió a un total de sesenta y cuatro países. Cada uno hace de la oportunidad de expresión una posición de manifiesto, mientras que entre curadores, participantes y visitantes una sospecha volaba en el ambiente: qué se entiende por futuro. Sobre la descarbonización, con mayor o menor investigación, cada cual puede afirmar en qué realidad se posiciona la arquitectura de su país. Y sobre la colonización, pues es cierto que se necesita un poco de autocrítica, o una responsabilidad desmedida para señalar la culpa como nación colonizadora. 

Por ejemplo, un tema integral que recorre los pabellones británico y mexicano es llamar la atención sobre la forma en que los espacios públicos olvidados y subrepresentados son moldeados por las comunidades locales. A menudo, pasan desapercibidos, representan prácticas sociales de colectivización, y se celebran dentro del entorno construido. El pabellón de México, “Infraestructura utópica: la cancha de baloncesto campesina”, comisariado por APRDELESP y Mariana Botey, transforma su área en un vibrante fragmento a escala 1:1 de una cancha de básquet, una unidad de infraestructura pública que comúnmente es ocupada y reutilizada por pequeños agricultores rurales, usualmente indígenas, en todo el país. 

Por su lado, el Pabellón Británico se enfoca en la música como un material importante en el acto de creación de lugares, así como un medio de resistencia emotivo. Titulada “Dancing Before the Moon”, la banda sonora con muchos graves producida y escrita por Oscar #Worldpeace y Fredwave vibra en un espacio iluminado solo por la película en la se ve gente bailando. Aquí, el papel de los rituales cotidianos y la resistencia comunitaria ocupa un lugar central y quizá para muchos de los espectadores sea inédito ver gente de color ocupando el espacio público, sin lugar a la ironía.

Y así, la diversidad de temas se expande. Austria, literalmente, intenta superar el muro que separa la sede de la Bienal del distrito vecino de Sant’Elena. Suiza simplemente elimina parte de una pared que divide su pabellón de la vecina Venezuela, demostrando el impacto simbólico que poseen los límites más elementales en la arquitectura. Por su parte, el pabellón nórdico convoca multitudes: entre las carpas, el olor a cuero y los troncos, hay conversaciones de todo tipo. “Girjegumpi: La Biblioteca de Arquitectura Sámi”, es un archivo elaborado durante los últimos quince años por el arquitecto y artista Joar Nango e investigadores de la UiT, la Universidad Ártica de Noruega. Incluye una colección en expansión de más de quinientos libros que abarcan temas como la arquitectura y el diseño sámi, el conocimiento de la construcción tradicional y ancestral, el activismo y la decolonialidad. 

En un giro alevosamente estratégico, pero del cual no pude hacerme indiferente, España evita el tema de la colonización, haciendo foco en otro tema igual de importante, pero quizá menos conocido, bajo el título o la categoría “colonizar”: la comida. A pesar de que el debate en torno a la energía está en el centro de la geopolítica contemporánea, la producción de alimentos es el elefante en la habitación. Es imperativo que abordemos esta industria en términos de urgencia ecológica. Comisariada por Eduardo Castillo-Vinuesa y Manuel Ocaña, Foodscapes explora el contexto agro-arquitectónico español para desvelar cómo la forma en que producimos, distribuimos y consumimos alimentos da forma a nuestras metrópolis y transforma nuestras geografías más que cualquier otra energía.

El pabellón alemán continúa con su tradición de autoexcavación introspectiva, vista en ediciones anteriores de la Bienal. El edificio de 1938 de Ernst Haiger se recorre en un estado diseccionado y en su interior se convirtió en un almacén
de materiales de construcción que se habían recogido de diferentes pabellones de los Giardini después de la Bienal de Arte de 2022. 

Profundamente basado en un concepto teórico y disciplinar (el estudio de las formas y la primacía del objeto), el pabellón francés arma el marco para la presentación de múltiples fiestas con un guión actual (la representación de minorías). ¿Cómo podemos usar a los objetos para proyectarnos a nosotros mismos? La arquitectura es un soporte para el desarrollo de otras acciones que comúnmente conocemos como “funciones” y la cuestión es desarrollar técnicamente el espacio para que la pregunta se posicione. Prepararse para la idea de que los edificios duran más que nosotros, y que a los objetos les pueden suceder cosas que no controlamos, fue la premisa sobre la que Muoto, construyó un dispositivo kitsch de proporciones neoclásicas en el que luego tuvieron lugar performances. Un discurso anacrónico y que no mira hacia el porvenir, sino hacia la idea de que algo que no sabemos qué es también puede suceder: un teatro de muchas cosas. 

Al igual que el francés, el pabellón argentino es un pabellón optimista que representa el estado de desarrollo e investigación de su región, fundamentando un guión con una colección de imágenes con el agua como excusa. Aunque el título trata sobre el futuro como una dirección hacia la que nos dirigimos, una introspección a una cantidad de proyectos construidos y geografías existentesinundaba el espacio. Ubicado casi inmediatamente después del recorrido por la exposición principal en el Arsenale, su posición parecía estratégica para dar un respiro al festín de rituales y videos en movimiento: un oasis con fotos de edificios, casas, instalaciones y algunos objetos, finalmente. Celebro el compendio de imágenes de arquitectura contemporánea argentina, no así el abuso sobre la constelación como imposibilidad para transmitir una preocupación. La cordería se baña de un aura de luz azul y una atmósfera solemne alcanza “manipular la luz de Venecia”, que Diego Arraigada se propuso recrear, consciente o inconscientemente

La buena noticia para Latinoamérica, un poco sobrerrepresentada en general, fue el gran premio del León de Oro, otorgado al pabellón brasileño, curado por Paulo Tavares y Gabriela de Matos. Como un elemento tanto poético como concreto, la tierra llena todo el pabellón, poniendo al público en contacto directo con la tradición de los territorios indígenas, las viviendas quilombolas y las ceremonias de candomblé. Se ataca la idea imaginaria de que Brasilia fue construida “ex nihilo” (en medio de la nada), y prueba que el sitio era de hecho un territorio indígena y quilombola, a quienes se marginó con la imposición de la ciudad modernista. Esta confrontación se manifiesta a través de la yuxtaposición de fotografías de archivo y el famoso boceto de Lucio Costa, con el “Mapa etnohistórico de Brasil y regiones adyacentes” de 1942. La exposición desafía los supuestos occidentales en torno a la conexión entre arquitectura y urbanismo, demostrando que, en Brasil, las áreas más preservadas no son las desprovistas de ocupación humana, sino aquellas donde las comunidades locales han estado produciendo biodiversidad y naturaleza.

MAPA + INST, el equipo curatorial del pabellón de Uruguay, llevaron adelante una investigación a través de un elemento central: la Ley forestal. Esta propicia la abundancia de madera en la región por sobre otros materiales de construcción, y por ende moldeará la expresión estructural y estética de los edificios de las próximas décadas. Lo cual supone por lo menos tres instancias de acercamiento al tema: cómo se redefine un paisaje, producto de la dimensión de los nuevos bosques; cómo es el proceso industrial, su red de distribución y la infraestructura asociada a su provisión; y qué forma toma en términos constructivos. Tres actos clásicos de una ópera son el marco para presentar cada una de ellas, y aunque la ley tiene cuerpo (en sentido literal), y la representa una figura muy femenina y un poco hedonista, alza la voz de toda una nación. La música es pegadiza y, en el aria final, hay una pregunta sobre el futuro: “Arquitectura, dime ¿quién quieres ser?”. Esta es, probablemente, la verdadera pregunta de la 18ª Bienal de Arquitectura de Venecia.

Es posible que el objetivo de la bienal sea tener un impacto. El veredicto no aparecerá en reseñas como esta, sino en la implementación efectiva de cambios como la creación de, por ejemplo, nuevos marcos legales. Me intriga afirmar cuánto de estos señalamientos afectan de forma directa a la práctica y no solo tocan fibras de lo personal. En cualquiera de sus versiones, el arte conmueve, pero, ¿incita a la pregunta colectiva? 

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