Detif

Solo ella sabe que su pecho contiene un corazón demasiado pesado y grande para alojarse en sitio distinto de un pecho ensanchado por unos senos; ese peso escondido en la jaula de huesos proporciona –a cada uno de sus saltos en el vacío– el sabor mortal de la inseguridad. Medio devorada por esa fiera implacable, trata de ser en secreto la domadora de su corazón.

Fuegos, “Safo o el suicidio”, Marguerite Yourcenar.

La jaula y el pájaro

En 1822 John Ayrton inventó el Taumatropo, construido para demostrar la persistencia de la imagen en la retina –un pequeño disco con dos imágenes, una jaula vacía y un pájaro– que, al girar mediante el estiramiento de dos simples cuerdas, produjeron el primer movimiento cinematográfico al superponer las dos imágenes en la retina.

No es casual que Ayrton eligiera estas dos imágenes para inaugurar una nueva forma de percepción del mundo, que nunca más se ajustaría a la experiencia, sino a la forma en que lo vemos. La ciencia nos convencería de que la verdadera realidad es un mundo más o menos abstracto detrás del mundo que percibimos, un mundo carente de cualidades, temperatura, calidez, color, olor, sabor, dureza o suavidad, sentidos mediante los cuales nos relacionábamos con la naturaleza anterior al conocimiento. 
De tal manera que lo que uno percibe puede ser engañoso: ¿cómo estar seguros de que lo que permanece enjaulado o encerrado está fuera o dentro?; y si está dentro, ¿será siempre cuestión en contra de su voluntad?, ¿lo capturado no es a la vez lo que se quiere proteger, lo que se quiere domesticar? Un pedazo de paisaje, una conversación, un rayo de luz atrapado, un reflejo inusitado y circunscrito a la duplicidad interior exterior, algunas sombras arrojadas por la verticalidad de las franjas que permiten ver entre los espacios de sus aberturas pero que nos obligan a permanecer dentro, confortables, y no donde suceden las cosas (confortable no se refería inicialmente a la comodidad ni al estar a gusto, su raíz latina era confortare, de confortar o consolar).

Convencidos de la inferioridad esencial de nuestra percepción directa de aquellos fenómenos, hemos renunciado al desafío de la experiencia para recurrir a textos y clasificaciones autorizadas y, como el pájaro enjaulado en el experimento de Ayrton, nos sentimos domesticados por nuestra nueva forma de percibir la naturaleza grabada a fuego en nuestra retina.—

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