Casas
#viviendasurbanas #viviendasrurales
Durante tres semanas en PLOT Contenido Digital, exploramos una selección de viviendas que abarcan desde entornos urbanos hasta rurales, algunas entre medianeras y otras aisladas, inmersas en la naturaleza. Este recorrido nos permitió reflexionar sobre los diversos modos de habitar, destacando cómo la arquitectura puede adaptarse y dialogar con diferentes contextos y paisajes, ofreciendo soluciones innovadoras y funcionales para la vida cotidiana.
Reproducimos a continuación el Texto Editorial de PLOT Especial 19, “Habitar Doméstico”. En este número se recorren trece proyectos: Casa hkZ, de BLAF architecten, en Zoersel, Bélgica; Casa F.R., de Andrade Morettin Arquitetos Associados, en Ubatuba, San Pablo, Brasil; Devil’s Glen, de StudioAC, en Península de Bruce, Canadá; Casa VG, de BLT arquitectos, en La Calera, Córdoba, Argentina; Casa M, de Philippe Vander Maren, Richard Venlet, en Grez-Doiceau, Bélgica; Glashaus, de Sigurd Larsen, en Uckermark, Brandeburgo, Alemania; Casa Ochoalcubo, de Max Núñez Arquitectos, en Los Vilos, Región de Coquimbo, Chile; Casa del recuerdo, de Neri&Hu Design and Research Office, en Singapur; Casa Jardín, de Sabattini Giorgis, en Río Ceballos, Córdoba, Argentina; Kirschlager Nuglar, de Working Group Lilitt Bollinger Studio junto con Buchner Bründler Architekten, en Nuglar, Suiza; Casa 365, de BLOCO Arquitetos, en Brasilia, Brasil; Casa con columnas, de Iñaki Harosteguy, en Villa Elisa, La Plata, Buenos Aires, Argentina; y Casa Prisma, de Smiljan Radic, en Conguillío, Chile. Algunos forman parte de la selección del bloque editorial digital que hoy concloimos: #viviendasurbanas #viviendasrurales.
Casas
Desmaterializando la imagen arquitectónica a través de una especie de meta-abstracción, trece proyectos de vivienda refuerzan la predilección por la forma y, en muchos casos, esta es sustancialmente más contundente que sus propiedades espaciales o cualidades performativas. En los casos que publicamos en este nuevo especial de PLOT “Habitar Doméstico” sobre vivienda unifamiliar, nos convoca menos la reformulación de los temas alrededor del habitar que las búsquedas formales que definen cómo se vive. Incluso es cada vez más difícil afirmar que la vivienda que no es colectiva es entonces “unifamiliar”. La traducción del concepto en inglés detached house oscila entre la definición de vivienda unifamiliar y vivienda aislada en el paisaje, y esto último también se aplica a los casos que incluimos en esta edición. Todos los ejemplos son construcciones que no lindan directamente con vecinos y que por lo tanto dan respuesta al entorno por la forma en que se posicionan en el lote. Determinan relaciones con lo natural, pero se afirman por funcionar como objetos independientes donde la contundencia de su apariencia es tanto más determinante que las transiciones espaciales entre el afuera y el adentro. Aun así, en la mayoría de los casos el paisaje es un lugar domesticado, pero no especialmente diseñado, y el lote –por extrema que parezca su geografía– es el resultado de una concesión entre una división comercial y zonal.
Tanto la Casa VG, de BLT arquitectos, que se inserta en una pendiente muy pronunciada en la sierra cordobesa (en Argentina) y la Casa Ochoalcubo, de Max Núñez Arquitectos, en la costa acantilada al norte de Santiago en Chile, abusan del recurso estructural para sobredimensionar los elementos que serán la expresión única de un lenguaje brutalista. Así, los sistemas estructurales en algunos casos son exactamente una geometría de proporciones habitables.
La Casa con columnas de Iñaki Harosteguy, por ejemplo, reúne como tema de investigación (y obsesión), la geometría sistémica y la habitabilidad del espacio por repetición de un elemento en tres dimensiones, pero en este caso sin la necesidad del domino de la topografía. La superficie de los espacios semicubiertos es igual a la superficie cubierta y todo queda contenido dentro de una grilla impar, que por consiguiente establece un centro y una periferia. El espacio del intercolumnio exterior ordena funciones estancas (como el dormitorio y la cocina), y el espacio central se jerarquiza con la aparición de una columna en el centro.
A través de la descomposición de arquetipos conocidos y su traducción a un conglomerado de elementos arquitectónicos, se libera de un sentido de materialidad y escala y se alude a la autonomía del proyecto. Como para Aureli, resulta imposible separar la abstracción del objeto, y mientras más definible o tangible sea el objeto, más se acerca a la idea de abstracción. El mejor ejemplo del caso es la estructura dominó de Le Corbusier, en la que además aparecen dos elementos arquitectónicos compositivos, que son estructurales. Entre columnas y losas, se precisa un concepto: se materializa la abstracción. Y no es sino por medio de la repetición que se verifica la solidez conceptual y lo abstracto adquiere sentido por sobre el objeto. Más aún, son los propios elementos de geometrías simples los que, por medio de su combinación, caracterizan formas también simples.
El caso de la Casa Prisma de Smiljan Radic es particularmente interesante. Más allá del ejercicio de repetición del proyecto de Kazuo Shinohara (Prism House, Japón, 1974), su volumen abstracto adquiere un nuevo significado gracias a la condición del entorno, y la significancia de la abstracción se ve reforzada por la pérdida total de escala en el paisaje y la ausencia de espacios intermedios. Un triángulo isósceles, estructura simple de puntales de madera donde los postes diagonales atraviesan el interior y ordenan el espacio, se posiciona sobre una plataforma rectangular y se enfrenta a otra estructura triangular pero rotada. Las proporciones de la geometría engañan al observador.
Con el ejemplo de Le Corbusier, Aureli también señala la forma en que, en arquitectura, la abstracción está inexorablemente asociada a la producción industrial. Y a pesar de que en sus afirmaciones insiste sobre las asociaciones entre abstracción y capitalismo, quisiera detenerme allí: en el momento en que aparece la palabra “industria” desde su capacidad de aportar materiales al desarrollo constructivo, aunque sea inevitable pensar que las cosas que se construyen son las que el mercado posibilita. El Caso de la Casa Jardín de Sabattini Giorgis ejemplifica la oportunidad de aprovechar y combinar de una manera más abierta e híbrida los saberes acumulados por la disciplina con las técnicas y recursos materiales disponibles más allá del programa.
La Casa 365 de BLOCO Arquitetos es literalmente la conjunción de dos formas geométricas elementales (un rectángulo apoyado perpendicularmente por sobre otro) en la que prima el esfuerzo por encontrarlas en una síntesis compositiva por sobre la circunstancia de espacio habitable. Por su parte, los espacios que median con el exterior no son más que el producto de esta operación: el semicubierto que resulta del desfase de los volúmenes.
La Casa en hkZ en Zoersel de BLAF architecten está encerrada por una cuadrícula de pilares de hormigón, rematados por una viga anular que abraza la forma variable del techo. Este perfil fija un límite físico claro. Una “Y” rotada dentro de un cuadrado libera unos triángulos en la planta. De esos vacíos insertos en el cuadrado surgen las galerías, que como espacios interiores dentro del volumen (pero descubiertos) configuran terrazas con cualidades de transición dentro del perímetro. El afuera es completamente externo al perímetro de la figura.
Además, los sistemas constructivos acompañan la geometría, que oscila entre ser una herramienta o un fin en sí mismo. La estructura del volumen de la Casa Jardín de Sabattini Giorgis se resuelve a partir de una sucesión de pórticos metálicos de doce metros de luz (con un apoyo intermedio). Esta modulación de elementos estructurales se manifiesta en el interior y establece la pauta para la disposición de las diferentes actividades: galería, estar comedor, cocina, espacios de dormir y estudio. Pero lo cierto es que no incide de forma directa en la definición del uso funcional de esos lugares y actúa como un gran pabellón metálico formalmente sintético, que ofrece su mayor esfuerzo en encontrar la manera de arraigarse al territorio donde se implanta. Una plataforma de hormigón salva la diferencia de nivel del lote y por sobre ella se apoya la estructura que es al mismo tiempo cubierta y cerramiento.
Por su parte, la Casa M de Philippe Vander Maren evoca varias características de las casas de vidrio modernistas situadas en entornos naturales, y construye relaciones por comparación. La columna en forma de cruz remite inevitablemente a la columna icónica de Mies van der Rohe, pero se libera de su neutralidad y del peso de su iconicidad al estar revestida en ladrillo. Al mismo tiempo, convive con un círculo (en planta) que es la conexión de la escalera entre la planta baja y el cuerpo vidriado superior.
Las fotos de estructuras durante el proceso de construcción colaboran con la idea de la ambigüedad de los sistemas estructurales, mientras que disocian la performatividad de los espacios interiores al evitar (por temporalidad) la aparición de elementos que escalan los espacios. Son como bichos que encontraron un lugar en el terreno, y que están a la espera de los cerramientos para delimitar interiores, proporcionar confort y aportar lugar a la definición de lo habitable. Sin embargo, en su condición más abstracta radica su contundencia.
El tema de la arquitectura emergente no se limita a desenmascarar la abstracción indescifrable de los procesos, sino más bien a hacer legible la forma mediante la cual el compromiso de las condiciones en las que nos movemos se convierten en la condición de nuevas formas de la vida, contrarrestando las fuerzas de la abstracción. Este equilibrio sutil entre la levedad y la solidez de formas contundentes se repite en los distintos proyectos de este número, que reúne las múltiples formas que puede tomar el habitar doméstico, o lo que generalmente conocemos como casas.
Magdalena Tagliabue, Directora Editorial