Belleza involuntaria
El último libro del fotógrafo inglés Alastair Philip Wiper, llamado Belleza involuntaria, da cuenta de su visión singular sobre distintos espacios de trabajo, conocimiento y producción de energía que por lo general están cerrados al público. Sus fotografías exploran iconografías industriales y simbolismos científicos de distintas instalaciones alrededor del mundo, revelando sus estéticas accidentales, sus complejidades y detalles de cierta maquinaria capaz de hacer colapsar átomos, construir aviones, producir medicamentos, fabricar zapatos, rellenar salchichas y mucho más. –
Horno solar de Odeillo, Francia
Inaugurado en 1970, el horno solar más grande del mundo funciona mediante el mismo principio que su hermano menor, ubicado a unos pocos kilómetros de distancia. La energía del sol se refleja a través de una serie de nueve mil seiscientos espejos y se concentra en un pequeño punto para generar altas temperaturas.
Hoy en día, el horno sigue siendo utilizado por agencias espaciales como la NASA o la ESA, y por científicos y compañías tecnológicas para investigar los efectos del calor en determinados materiales para la construcción de reactores o vehículos espaciales, al igual que para la producción de hidrógeno y nanopartículas. Esta fotografía muestra cómo, en la estructura gris del centro de los espejos, se concentran los rayos solares para alcanzar temperaturas de hasta 3500 °C.
Maersk Triple E en construcción, Daewoo Shipbuilding & Marine Engineering (DSME), Corea del Sur
En el momento de su construcción, el Maersk Triple E era el barco de transporte más grande del mundo, con capacidad para alojar 18000 containers; suficiente espacio para 864 millones de bananas. Cuando visité el astillero DSME, había doce barcos en distintas etapas de fabricación. En el lugar trabajan alrededor de 46 mil personas, dedicadas a la construcción de barcos y plataformas petrolíferas. Se podría describir a DSME como el Legoland más importante del mundo: las embarcaciones se construyen en secciones llamadas megablocks, que luego son desplazadas mediante grúas para ser soldadas entre sí.
Máquina de tejer circular en la fábrica textil Innofa de Kvadrat Febrik, Países Bajos
Cuenta la leyenda que, en el siglo XVII, los ciudadanos de Tilburg eran célebres por guardar su orina en frascos para lavar la lana con ella (contiene amoníaco, un químico muy importante en su procesamiento). Llenaban los baños con una mezcla de agua y orina, que calentaban a cincuenta grados centígrados, y luego lavaban la lana en ella. Al parecer, en algún momento un frasco de orina costaba medio penique holandés. Es bueno saber que Kvadrat Febrik ya no emplea estos metodos para producir telas en su fábrica de Tilburg. En cambio, la compañía utiliza máquinas circulares, que tienen unas cuatro mil pequeñas agujas para tejer en un bucle continuo sin costuras; la tela se corta para crear una pieza ancha y plana.
Taller de muñecas sexuales RealDoll, EE. UU.
Veinte años atrás, el fundador de RealDoll, Matt McMullen, empezó a producir muñecas en su taller de San Marcos. Hoy en día, la empresa fabrica unas treinta al mes. RealDoll nació cuando Matt quiso hacer un maniquí de aspecto más realista para exhibir en las vidrieras. “Mis esfuerzos iniciales se centraron en crear mujeres hermosas. Quería que pudieran estar articuladas para que la posición no fuera tan rígida. Luego terminó imponiéndose la imaginación de la gente…”. Los hombres empezaron a contactarse con Matt, y a preguntarle si podían comprarle sus muñecas. Matt agradeció, decidió dejar atrás la producción de maniquíes y comenzó a fabricar muñecas sexuales. Tiempo después se decidió a explorar también la inteligencia artificial y el resultado fue sorprendente: la compañía acaba de crear sus primeras cinco cabezas robóticas, y planea producir cinco por mes a partir de ahora.
Aurora Nordic medicinal cannabis greenhouse, Dinamarca
Mads Pedersen, un agricultor de tercera generación, es el propietario del mayor imperio de cultivo de tomates de Escandinavia, Alfred Pedersen & Sons. Hacia 2015, Mads se dio cuenta de que su infraestructura y sus conocimientos podían aplicarse al cultivo de cannabis medicinal. La idea coincidió con el interés público y el debate político danés sobre el tema, y, justo cuando sus planes se estaban haciendo realidad, el parlamento danés comenzó a emitir licencias de prueba para producirlo. Mads obtuvo la primera y empezó a construir una instalación de 60.000 metros cuadrados, la más grande de Europa.
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