Ágora-Bogotá
Dada su ubicación, Ágora-Bogotá no debería considerarse un mero centro de convenciones para visitantes esporádicos con poco contacto con la ciudad, sino ascender a la categoría de edificio público incorporado al imaginario de todos los ciudadanos. Los esfuerzos del proyecto se centraron en atender exigencias colectivas y especializadas. Entre las primeras, se cuenta la necesidad de ofrecer una imagen capaz de representar las aspiraciones de una sociedad en transformación y la de convocar una sensibilidad medioambiental y una ambición tecnológica que inscriba el edificio dentro de las inquietudes del presente. Las segundas se centran en aspectos prácticos, como un sistema de circulación, tanto del público como de los suministros y el personal, fácilmente comprensible; una distribución invisible pero jerarquizada e interconectada de todos los servicios internos, que es en sí misma el esquema logístico del edificio; y una flexibilidad que admita la programación de diversos formatos: desde un concierto a una feria de muestras, desde un congreso a un festival de cine, desde un gran banquete a un campeonato mundial de ajedrez. Gracias a la facilidad para adaptar los salones a las diferentes necesidades, dividiéndolos o permitiendo su uso simultáneo, los bogotanos tendrán motivos frecuentes para utilizar el edificio. Para ello se tomaron dos decisiones importantes: organizar el esquema logístico en torno a cuatro grandes núcleos verticales de circulaciones, servicios y áreas técnicas, que desde las esquinas atienden y hacen posibles los programas más variados; y eliminar los suelos inclinados en los auditorios y su mobiliario fijo habitual para desarrollar un espacio de encuentros y actividades tan diversas como la imaginación de sus programadores y las demandas del mercado sean capaces de generar.
La escala del complejo y la variedad de sus recorridos interiores permiten concebirlo como un fragmento de ciudad encapsulado. Así, aprovechando el clima benévolo de Bogotá, un gran acceso cubierto recibe a los usuarios y permite acceder al gran vestíbulo que funciona como una plaza mayor rodeada por una corona de lugares de reunión, conformando una huella en planta del edificio cuyas dimensiones coinciden deliberadamente con las de las manzanas del centro histórico de la ciudad. La secuencia zaguán-vestíbulo es el inicio de un esquema espiral ascendente delimitado por una serie de plazas-vestíbulo que funcionan como miradores volcados sobre las cuatro ecologías que conforman la ciudad: los cerros, el centro histórico, la sabana y los nuevos desarrollos camino del aeropuerto. Desde estos observatorios privilegiados, el edificio se vuelve un dispositivo para contemplar y entender la ciudad y su geografía. Además, la configuración densa y vertical permite liberar una cantidad considerable de espacio público estancial y deviene, además, en un gran estacionamiento de bicicletas.
Con respecto a su construcción y tecnología, Ágora-Bogotá exhibe un empeño por lograr una confluencia holística entre los esquemas estructurales, las instalaciones y los sistemas constructivos en un conjunto unitario sin acontecimientos aislados. La confluencia de los tres esquemas se materializa en una serie de espacios diáfanos provistos de un avanzado sistema de climatización pasiva que prescinde de toda máquina de aire acondicionado, y de sus costes energéticos asociados, en favor de la ventilación natural que aprovecha el clima bogotano, creando una simbiosis del edificio con el ecosistema que habita
Los espacios interiores del edificio se relacionan continuamente con la ciudad, conformando un carácter extrovertido atípico en edificios de programa y escala similar. Los sistemas que estructuran, articulan y acondicionan el gran volumen son los elementos que delimitan los espacios de uso y evidencian en su entrecruzamiento la complejidad del proyecto.
Los materiales empleados se guían por la sobriedad –pavimentos pétreos de gran formato, techos técnicos de malla ligera registrable que aloja todos los recursos necesarios, paramentos translúcidos en vidrio serigrafiado y tabiquería opaca de paneles de cemento-madera– y revelan el funcionamiento del edificio, cediendo el protagonismo al espacio, que se entrega a los usuarios, sus verdaderos actores principales.
La fachada es la pieza clave de este conjunto técnico. Construida a partir de marcos de grandes dimensiones que incorporan la subestructura, los vidrios de diferentes tamaños y tratamientos, y las branquias reguladas de manera electrónica que toman el aire exterior, el conjunto se comporta como una piel sensible de respuesta variable que reacciona a las condiciones cambiantes en temperatura, asoleamiento y humedad del clima local. La fachada es la expresión de la complejidad metropolitana con la que opera la arquitectura y la simplicidad que está obligada a devolver como respuesta.
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